viernes, 11 de agosto de 2006

UN SALTO DE LA MONTAÑA AL MAR




Anoche mi familia y yo tomamos una decisión estupenda. Alguien dijo, quizá mi esposa, ¿nos vamos mañana a la playa?

La mejor opción que pudimos tomar. Nos marcharíamos a la mejor bahía del mundo, la de Cullera.

Cullera por si alguien no lo sabe es la playa más cercana a la ciudad donde vivimos, Utiel, que se encuentra en la montaña del interior de Valencia, rozando con sus raíces a Castilla la Mancha. Gentes de interior y altura a las que el mar les inspira, les llama y deslumbra las más de las veces.

Ni lo dudamos. A unos 70 minutos en automóvil de nuestra casa, pusimos manos a la obra. Llenamos el automóvil con nuestras sillas y hamacas playeras. Cogimos una buena sombrilla, roja “feria”, con la publicidad correspondiente a una cerveza, regalo de un amigo distribuidor de bebidas. ¿Quién no coge una sombrilla entrados 6 años del Tercer Milenio, cuando el sol no sólo calienta, sino que además de quemar si me apuran, “tuesta” como un buen láser des ordenador a los pobres CDs. Finalmente nuestra nevera portátil almacenó en su interior, frutas variadas, refrescos, vino, y hasta una cortadas de melón “piel de sapo”, dulce como la miel.

Estrenamos un nuevo puente que han hecho a la entrada a Cullera, para que los visitantes del Norte y el Oeste, no tengan que cruzar toda la población como ha ocurrido toda la vida. Ir a las playas de San Antonio, el “raco” (rincón) y el faro, es hoy más rápido. Pagamos la reciente inauguración ya que las rotondas no tenían señales colocadas y tenías que imaginar donde ibas. De todos modos mejor que antes, aunque no muchísimo mejor, como señalaba la prensa al hacerse eco de la inauguración.

Las arenas de Cullera, bueno de Cullera y de todas las playas de la Comunidad Valenciana, no tienen parangón en toda España, bueno, si en algún sitio tienen parecido, posiblemente no tengan ni temperatura, ni transparencia en las aguas. Con lo que en estos lugares aquello de una de cal y otra de arena, tiene lo segundo, no fuerza, peso, pero peso mortal.

Llegamos sin tardanza, pero en Agosto encontrar en Cullera unos metros de asfalto para dejar el coche descansando es tarea de rastreador. En una pequeña curva de un bordillo, que no estaba de amarillo, pudimos colocar el automóvil. Al volver no observamos en el parabrisas más papel que el de un distribuidor de electrodomésticos que incitaba a los visitantes y residentes temporales a cambiar sus aparatos de apartamento a un precio increíble. Esperaba yo según mi puñetero subconsciente encontrar papel de calco municipal señalando la visita del policía de turno. Pero no. Espero que los susodichos de Cullera no lleven PDaS de esos que ya han surtido a otros cuerpos municipales, para que sepamos que los ayuntamientos son raudos como el viento en sus gestiones, de recaudación municipal. Claro que más rápidos son en gastar dichos ingresos porque casi todos los años los gastan antes de tenerlos. Pero bueno son cosas de Aytos. Si es que estos ni se bañan, ni toman el sol. Si lo hiciesen otro gallo podría hacerles mejor caldo en el puchero.

El borde de la playa mostraba un colorido magnífico. Las sombrillas, multicolores, las aguas transparentes, las pieles tostaditas las de varios días y lechosas las recién llegadas, mostraban un enjambre de color que desde el espacio nos podía mostrar Google como un penacho de un gran jefe sioux. Indescriptible. Claro que algunos de los que ven la cerveza medio vacía siempre, cuando llegan y lo ven, no corren asustados porque no negrea como la piel de toro, si no…

Cuando puedes tomar posición en la línea de playa que puedas, 2ª, 3ª ó x, tomas asiento y o te remojas o te deleitas con las procesiones.

Procesiones, procesiones es lo que en la playa realiza la gente. Pocos, muy pocos no tienen el “baile san Vito” y se están quietos en su silla o toalla. El resto andan como posesos. De izquierda a derecha o de derecha a izquierda, es igual. De los pocos sitios que he visto últimamente que la gente no mira, ni la diestra o la siniestra, y eso que en esta España, bueno o Es – p – a – ñ – a, miramos la mano más que jugando al Tute.

Las parejas jóvenes con un niño, detrás de él, angelito, turnándose ella y él. Les pega el niño una paliza al matrimonio que déjalo venir.

Si tienen dos pequeños no te digo, llegan por la mañana, descargan un inmenso saco de herramientas de colores, como los conquistadores para intercambiar con los indios. Palas, cubos, rastrillos, tortugas amarillas huecas, pelotas, balones, alguna muñeca, palas y bolas para jugar, cedazos de plástico para cerner la arena, como si tuviese piedras etc.

Aparcan el carrito, lo frenan acostumbrados como están a ello, clavan la sombrilla, abren la sillas y empiezan a repartir crema de protección como si estuviesen enluciendo una fachada. Yo creo que por buenas y protectoras que sean las cremas, también transpiraran hacia el interior una serie de compuestos, que con esas raciones deben ser exagerados. Les ponen en sus cabecitas el sombrerito y mamá y papá se dicen: “si no nos vemos quedamos a las dos en el comedor del hotel”, “el primero que llegue que coja mesa retirada del aire acondicionado”, vale le dice el otro. ¡Ah! Llevaté la mitad de los cacharros, que luego no puedo con todo. Ok. Y así 8 ço 10 días.

Las parejas que tienen ya mozalbetes, andan y andan huyendo uno del otro que está generalmente leyendo un periódico él y un buen libro ella. Sigue siendo mucho más inteligente la última.

Los abuelos no andan, arrastran su humanidad y en algunos casos les cogen los animadores de hotel y les juntan como ramilletes de flores dentro del agua, cuando les llega por la cintura y lo mismo les dan un curso de danza acuática, un tai-chi, pasado por agua o incluso les hacen hacer escuela de sirenas a cámara lenta.

¡Qué despliegue de imaginación!

Pasamos un día agradable, únicamente de escuchar el rumor de las olas, de sentir el fresco de la brisa sobre nuestros rostros y hombros y lo mejor de todo, nos comimos unos bocadillos de jamón, superlativos. Lo había comprado la abuela en una carnicería de confianza donde lo curan ellos mismos.

¡Leche abuela! Qué jamón.

Ah dejamos constancia gráfica aquí de nuestra estancia en la Playa, de lejos os toca pero que la disfrutéis.

Lo que más me choca son los que miran la playa desde el mar, los menos, pero se suben a unos trozos de fibra de vidrio con forma de barco, les colocan un trapo en vertical y les mece el agua que da gusto.